El aikido no tiene pretensión de ocupar un lugar en el rango de los deportes. Encerrarlo en categorías de peso o sexo sería anular su adaptabilidad. No hay aikido duro, no hay aikido femenino, no hay aikido complaciente. Hay aikido y hombres disponibles, de acurdo consigo mismos y lo bastante equilibrados como para no tener ya necesidad de afirmarse frente a los ojos de los demás mediante una victoria pública, con suma frecuencia efímera. Hay hombres conscientes de haber elegido la vía que les parecía más apta para realizarse a sí mismos.
Los que sólo mantienen con el aikido un comercio distraído o que sólo le acuerdan un prejuicio favorable y con más razón todavía los que, ignorantes, lo critican sin indulgencia, no pueden captar su contenido ni su significación. Todos los observadores escépticos ante la eficiencia del taisabaki (esquiva pivotante o escatimación del cuerpo), el movimiento circular o esférico, el trabajo en armonía, todos los que creen firmemente en una cierta complicidad entre dos o varios autores de arabescos vertiginosos pertenecen en su mayoría a esa categoría de individuos incapaces de obtener –y hasta de imaginar- de sus cuerpos otra cosa que empujones o tirones o que confunden virilidad con brutalidad. Si el aikido niega la fuerza física de la que algunos parecen a primera vista incapaces de deshacerse, tampoco hay que olvidar que ningún arte marcial enseña la utilización de la fuerza pura. Que las artes marciales exigen de los que la practican una buena resistencia y un excelente potencial físico es innegable, pero ése es otro problema. De todos modos, que yo sepa, no existe deporte ni arte corporal que no exija a sus adeptos una “buena forma” en diversos grados; aun el bailarín clásico desarrolla y mantiene sus capacidades físicas fuera de las técnicas propias de su arte o de su deporte. Este potencial físico sólo puede contribuir a elaborar y asimilar más rápidamente y a perfeccionar las técnicas relativas a cada una de las artes marciales. Es una condición necesaria, pero no suficiente.
Jamás el aikido en sus técnicas hace de la fuerza física un medio de proyección o destrucción. Lo que permite al aikido-ka dominar al atacante no es su conocimiento técnico, es “otra cosa”, “otra cosa” quizás inconcebible o inaccesible para muchos y que, en aikido, recibe el nombre de “Wu-Wei”, especie de no resistencia al combate que vuelve al practicante inaccesible, pero que, en todo caso, sólo nace después de la adquisición del dominio de las técnicas fundamentales, de un savoir-faire.
Forma física y técnica no son más que el punto de partida, el punto de apoyo para una nueva expansión. Son la meta de un trabajo perseverante, de un esfuerzo de voluntad, pero una vez adquiridas, permiten lograr una economía de esa voluntad, tan rara, que aseguran y dan al mismo tiempo una cierta disponibilidad. Los que se detienen después del aprendizaje, se fijan en el estado de un automatismo rígido y se consagran eternamente a la ejecución de movimientos determinados; los que no han logrado hacer la síntesis de todo lo que les ha sido enseñado y no han podido crearse su propia representación de los desplazamientos corporales o que cuentan todavía con sus músculos como garantía final del éxito, se niegan a sí mismos esa nueva expansión, esa otra cosa que sólo el hombre en su integridad Cuerpo-Espíritu puede alcanzar. Se estancan en el estado intermedio y sólo merecen el epíteto de aprendices calificados. Desdichadamente semejante cualificación no tardará en deteriorarse con el tiempo o el inevitable debilitamiento muscular.
¿Es, pues necesario creer (para responder a una pregunta que algunos se plantean) que el aikido sólo abre las puertas a unos pocos escogidos? ¡Por cierto que no! Sin embargo, parece necesario desde ahora seriar y distinguir las causas que impulsan a algunos a atravesar las puertas de un dojo. Los que las pasan en la esperanza de aprender algunos “trucos” inmediatamente utilizables en las peleas callejeras, se sentirán pronto decepcionados. Los que, muy jóvenes todavía o demasiado inmaduros, van a buscar en el aikido la ocasión de un enfrentamiento o un reto, sólo encontrarán en él la desesperante inutilidad del golpe de espada sobre el agua. Hasta cierto punto, y en el límite de sus reglas respectivas, el judo y el karate podrían ofrecerles una mejor posibilidad de medirse, de liberar su agresividad, de vencer o ser vencidos. De modo semejante, los eternos insatisfechos de toda actividad corporal y de todo deporte, cualquiera que sea su naturaleza, encontrarán en él quizás un medio de curarse de su inestabilidad, pero ¡al precio de qué esfuerzo de voluntad, de qué paciencia! Aunque ¿ganarán tal vez un cambio profundo en su personalidad?
El aikido es una disciplina ternaria. Elabora su enseñanza entre tres polos: el CUERPO, el ESPIRITU y la TECNICA. Aunque este aspecto ternario esté latente en todas las artes marciales, es preciso reconocer que el aikido, por el hecho mismo de no estar comprometido en la categoría de los deportes, lo ha preservado en su forma original y es, según parece, la no disociación de estos tres elementos fundamentales con miras a un desarrollo completo del individuo lo que alimenta la creencia de que el aikido sólo es accesible a unos pocos escogidos., desde siempre las artes marciales se han referido a este mismo principio. En ese consiste su originalidad en relación con lo que conocemos en el Occidente. Al aspecto corporal que exige una educación física apropiada y al aspecto puramente técnico que un estudio sistemático y racional permite adquirir, se añade finalmente el aspecto espiritual que vincula el conjunto y lo orienta, pero que, en ningún caso, debe sustituir a los otros dos. El carácter indisociable de estos tres elementos, de estos tres niveles, confiere al aikido su valor formativo. Concepción cuando menos original y que nosotros, los occidentales, dualistas, sólo concebimos con dificultad, como que estamos acostumbrados a oponer lo físico a lo mental, lo manual a lo intelectual, la materia al espíritu. De esta asociación del cuerpo y el espíritu y sus tensiones respectivas dirigidas en el mismo sentido, resulta una concentración perfecta, una explosión de energía que permite alcanzar un alto nivel de eficacia.
Por otra parte el aikido, contrariamente a todas las artes marciales surgidas del budo japonés e integradas a nuestra civilización, no está codificado ni reglamentado por leyes que respondan todas a la práctica de un deporte. Por esta razón no admite en su práctica otros límites que los de la disponibilidad del cuerpo y el espíritu de sus adeptos, animados de un mismo ideal, sin intención de combate ni espíritu deportivo.
Es pues, justo afirmar que el aikido no tiene preferencia por esta o aquella clase de hombres, que es accesible a todos con tal que predomine en ellos la voluntad de llegar a esa flexibilidad e cuerpo y espíritu, tan necesaria en las artes marciales para la aplicación de los principios de complementariedad y adecuación que constituyen la base de todas las técnicas, y tan indispensable en la vida cotidiana para el ejercicio de su facultad de adaptación. Por lo demás, deben abrigar el deseo de salvaguardar su equilibrio físico y psíquico al mismo tiempo que su integridad y la de sus semejantes cuyo equilibrio estuviera momentáneamente quebrado.
Esto supone de su parte un constante reajuste de valores a veces contradictorios de los que están impregnados y, quizás, aun un cambio total en el sistema de sus valores. El aikido se percibe entonces como un medio de renovación, una tentativa de expansión del individuo; es también una apertura sobre un mundo mal conocido, un vuelo hacia una civilización diferente a algunas horas de avión de la nuestra, y que no podemos dejar de tener en cuanta o rechazar con el pretexto de que escapa a veces a nuestra lógica.
No podemos practicar las artes marciales como lo hacen los orientales, pero tampoco debemos hacerlas nuestras deformándolas. Todos se elevan hacia la misma cima, pero por caminos diferentes. Si la cima nos parece todavía inaccesible, quizá los caminos que conducen a ella nos permitirán orientarnos hacia un nuevo estado de espíritu, de arrojar una mirada sobre el mundo, adquirir una perspectiva más despejada de nuestro tiempo y nuestro medio, conservar o recuperar nuestro equilibrio, nuestra independencia de espíritu en una sociedad que no cesa de arrancarnos de nosotros mismos, a veces sin que siquiera lo advirtamos.
AIKIDO – UN ARTE MARCIAL (Acceso a otro modo de ser)
André Protin
Ed. OCEANO (Colección Universo Interior)